Crónicas de Call Center: Preludio

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Dario Calix
Darío Cálix. Escritor hondureño.

A los veinte dulces años gozaba yo -sin saberlo por aquel entonces- de una total plenitud en dos ambitos cruciales de la vida para todo ser humano moderno: el amoroso y el laboral. En el primero porque estaba saliendo con una colombiana interesantísima: ávida lectora de Kundera que tenía y amaba -al igual que yo- toda la discografía de Morphine y de su finado vocalista Mark Sandman. Además de ser culta la chava esta, también era muy guapa: tenía el mejor cu…

Bueno, esa es historia para otro tipo de columna así que ahí lo vamos a dejar y mejor pasaremos al segundo tema, el cual nos concierne de verdad: el laboral.

Recién cumplidos los veinte conseguí un trabajo en el gobierno de la única manera -aparentemente- posible de conseguir un trabajo en el gobierno hondureño: por un amigo. Ni siquiera recuerdo muy bien cómo se dio todo, era el primer trabajo al que aplicaba y ahora, en retrospectiva, y luego de decenas de aplicaciones laborales, aquello se me antoja hoy como mágico. No tuve que contestarle ningún estupido cuestionario a ninguna empleada de RRHH, segura pasante loca de psicología neutralizada en Rivotril. Ninguna tediosa prueba psicométrica. Ninguna entrevista final en la cual convencer -en base a descaradas mentiras, por supuesto- a un señor Jefe de que era yo un ejemplar decente y cuadrado de nuestra sociedad (cuadrada). Nada de eso: entregué unos papeles un día y a las dos semanas ya estaba en una preciosa oficina de una Secretaría del gobierno que no voy a mencionar y de la cual no daré mayores señas porque… ¿Quién sabe? El amigo podría volver a amarrar un puestecito por ahí en un futuro no tan lejano y… bueno, se vale soñar.

Aquel sueño hecho realidad solo me duró un año. Un año exacto, puesto que por aquel entonces ocurrió el golpe de estado en contra de Zelaya y muchos nos quedamos, tarde o temprano, sin trabajo.

Pero yo era joven y me había acostado con una colombiana rica e inteligente, estaba claro que el mundo me pertenecía, que en sus dos facetas más complejas e importantes me había demostrado yo en completo control. “No importa”, me dije, tanto cuando perdí el trabajo como cuando perdí, subsecuentemente, a la colombiana. En cuanto la tormenta política que azotaba el país pasara, me aseguré, encontraría un trabajo aún mejor y una chava aún más exótica. Yo era joven y pronto volvería a ser rey de mis asuntos laborales y de faldas.

Continuará…

Esta es la primera parte de una serie de crónicas que estaremos publicando semanalmente del escritor Darío Cálix.