TEGUCIGALPA, HONDURAS. La hondureña Vanessa Martínez, contagiada por la COVID-19 en España ha vivido una odisea desde que entró a la sala de Cuidados Intensivos del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, todo por irresponsabilidad, pues ella contó que salía a las calles sin mascarilla y no se protegió lo suficiente.
Ella no puede caminar, se moviliza con la ayuda de un andador. Sus manos están envaradas y aún no han terminado de sanarle las cicatrices de la traqueotomía. Por si fuera poco, no tiene buena visión y debe aprender a caminar nuevamente.
Solo ha pasado una semana desde que le extrajeron una sonda que tuvo que utilizar desde el pasado 21 de abril, cuando ingresó a sala UCI. En ese lugar estuvo 69 días y desde el 29 de junio está en planta.
La hondureña lamentó que todavía quedan meses para que pueda salir de las cuatro paredes. “Me salvaron, y ahora me ahogan. Es un día tras otro tras otro tras otro…”, dice. “Fui una irresponsable”, contó la hondureña.
Nunca pensó que contraería el virus, aún cuando la contactaron de la residencia que opera como asilo de ancianos Orpea de Algete, en una localidad Santo Domingo al noreste de Madrid. Allí ella empezó a laborar como personal de limpieza y luego se convirtió en auxiliar de enfermería.
“Me dijeron que hacía falta, que aunque no tenía experiencia era fácil. Dije que sí a pesar del riesgo porque necesitaba trabajar, por mi hija”, expresó. Su hija Allison, de ochos años nació con síndrome de Down y vive con su familia en Honduras. La hondureña abandonó el país en 2015 para trabajar en España. “El tratamiento por las complicaciones médicas que tiene es muy caro, y no me quedaba otra”, señaló sobre su hija.
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Hondureña relata el día que llegó al hospital
Debido a la necesidad de trabajar y la falta de responsabilidad al momento de cuidarse para no contraer el virus, la hondureña reconoció que eso le afecto. “No era cuidadosa, andaba sin mascarilla. Era joven, ¿por qué me iba a infectar? Y aquí estoy”, relató.
De forma algo fugaz, Martínez recuerda cómo inició todo el 5 de abril. “Ese día llegué en taxi al Gómez Ulla, tenía fiebre y un cansancio infinito. De ahí me llevaron en ambulancia al hospital de campaña de Ifema. Y no recuerdo más”.
Para ayudarle a recordar las fechas, Leyre Pérez, la galena de enfermedades infecciosas que lleva su caso médico, señaló: “Ingresó en el Marañón el 17 de abril, la trajeron de Ifema porque presentaba complicaciones. Entró en la UCI cuatro días después y la subimos a planta el 29 de junio”.
La hondureña está pasando por una de las estancias más largas y con uno de los estados más graves que ha atendido el hospital durante la pandemia. Por el centro médico han pasado al menos 6.511 casos de COVID-19. Entre ellos, 2.861 pacientes ingresaron en estado agudo y 248 en estado crítico, todos ellos deben pasar por una larga rehabilitación.
“Mantener a un paciente dormido durante tanto tiempo requiere de una fuerte sedación para relajar toda la musculatura con la consiguiente pérdida de masa muscular y muchísimas secuelas residuales”, explicó Pérez.
Entre las complicaciones que presentan los pacientes tras ese periodo de sedación están, sobre todo, los problemas en los pulmones. Asimismo, en el sistema digestivo, el cardiovascular y los déficits nutricionales que pueden afectar a otros órganos como el ojo y también reducir la movilidad.
Aprender todo de nuevo
El día que la hondureña tuvo que subir a la planta donde está hospitalizada no podía siquiera sostener su cabeza, ahora debe utilizar dos almohadas para mantener el cuellos erguido.
Además, extraña tomar una buena ducha, pues “llevan tres meses lavándome con esponjas, hasta hace poco ni siquiera podía ir al baño sola. Han estado poniéndome pañales”. A pesar de todo lo sufrido, la joven sonríe y cuenta que llegó Anabel García, una de las enfermeras que la atienden.
La médico García manifestó: “Mi trabajo es cuidarla, sea como sea”. Sin embargo, la experta destacó que “no es fácil”. “Se pasan fases muy complicadas, de angustia porque es un proceso muy lento, pero también gratificante cuando ves que avanzan. Ella está avanzando”.
La etapa de rehabilitación actual depende mucho de la atención en una sala de la planta baja del hospital. Ahí aprende a llevar un celador de silla de ruedas, lo cual se ha convertido en otro eslabón dentro del programa de recuperación tras salir de la UCI.
Los pacientes infectados por la COVID-19 hospitalizados en ese centro reciben atención de ocho especialidades, entre ellas: Psiquiatría, Medicina Interna y Neumología. Allí atienden como a Martínez, otros 30 enfermos en proceso de seguimiento.
Olga Arroyo, quien labora como jefa de servicio de Rehabilitación que engloba Fisioterapia, Terapia Ocupacional y Logopedia, explicó: “Vanessa tiene complicaciones neurológicas y neuropáticas, además de afectación en el sistema nervioso central, falta de equilibrio, de reflejos… Hay que reeducar todo ello, teniendo en cuenta el problema respiratorio, además”.
El proceso no es nada corto, pues los tiempos de recuperación para este tipo de enfermos se extienden mucho. “La rehabilitación durará fácilmente unos ocho meses y a algunos les quedarán secuelas y no recuperarán el 100%”, agregó Arroyo.
«La vida sigue»
Por su parte, Rubén Juárez, galeno del área de rehabilitación, destacó que hay que dar más importancia a «lo más vital». Los pacientes deben aprender a sentarse, levantarse, lavarse los dientes, ducharse, comer, por sí mismos.
Apuntó que los rehabilitados deben “aprender a hacerlo todo de nuevo”. Platica sobre su estado mientras observa a Martínez, quien intenta mover sus pies, rígidos y apoyando las axilas en un andador. Para ayudar, una auxiliar y su fisioterapeuta, Cristina Muñoz, la sujetan.
La experta dijo: “Si tuviese fuerza en ambos brazos ya podría peinarse sola, pero por el momento solo se llega con un brazo a la nuca. Ha fortalecido el glúteo y es capaz de mantenerse de pie, aunque aún no tiene fuerza en la pelvis y en las piernas”.
Martínez solo soporta un máximo de 30 segundos intentando mover los pies para iniciar a caminar. Ella relató que avanza “poco a poco, aunque yo ya tengo ganas de salir corriendo. Pero no, me tocará volver a la habitación”.
Las médicos que la atienden vuelven a sentarla en la silla de ruedas. Luego, le colocan los pies, las manos, y sobre su antebrazo izquierdo aparece entonces un tatuaje con la frase: “La vida sigue”. La luchadora hondureña cabecea y dice: “Y doy gracias por ello”.
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