InSight Crime. En el reino del caos batallan los que viven en la miseria por el control de su propio encierro.
Vagan libres animales de granja y perros guardianes que luego son asesinados con los corazones de sus dueños dentro.
Entran y salen reos a comprar pollo a los visitantes y se construyen casas. Acá es posible hacer una fiesta con música en vivo y champaña, pero también es posible ver reos descuartizados.
Quienes lo custodian son los mismos que se enriquecen vendiendo cuartos con aire acondicionado y los mismos que deben enfrentar las consecuencias violentas si se pasan de listos.
Así se vive, sin la intromisión del Estado, en el presidio general de San Pedro Sula en Honduras.
El nuevo mundo del abogado
El abogado recuerda su llegada al penal de San Pedro Sula en 2012 como la entrada a un mundo nuevo. Con nuevas reglas y nuevos roles. El tiempo pasa distinto en el encierro, y las cosas banales, que afuera no tienen importancia, adentro son tesoros por los cuales hay que pagar y luego defender a toda costa.
El abogado había trabajado en el Ministerio Público y esto no es precisamente visto con bueno ojos por la población carcelaria, a quienes todo lo que suene a autoridad estatal le suena, también, a enemigo.
Ese nuevo mundo se divide por el tipo de reo que eres y el grupo con el cual te afilias. Los reos más numerosos y por ende los más poderosos son los llamados «paisas». Paisa es un nombre genérico en los penales centroamericanos para la mezcla de grupos y tipos de criminales: desde el que roba carros hasta el narcotraficante, pasando por el sicario.
Si bien los paisas tienen el sector más grande, están lejos de ser un bloque unido. Sus disputas por el poder marcan una sinuosa trayectoria de guerras, golpes «de Estado», traiciones y conjuras.
En este mundo habitan también los depredadores más temibles de toda la región. La Mara Salvatrucha (MS13) y Barrio 18. Las pandillas más grandes y peligrosas del mundo, según organismos regionales y el Departamento del Tesoro de Estado Unidos.Ellos, por su naturaleza conflictiva, tienen secciones aparte. Hay también un lugar especial para los reos con problemas mentales y para las mujeres . Hay ex policías, que también tienen su sección aparte, irónicamente al lado de la pandilla MS13. Y hay los que tienen peso, prestigio o contactos. Estos tienen su propio lugar, conocido como «hogar privado».
El abogado tenía contactos, y algo más importante: dinero. Un compañero suyo, uno que fue arrestado en la misma redada y con cargos similares, le invitó vivir en su «privado» junto con los reos de categoría. Algo así como la élite burguesa del presidio.
Con apenas unos días el abogado entendió de que se trataba todo esto. «Ahí me dijo el administrador del penal que cuartos privados ya no habían. Pero que si quería me vendían un pedazo de patio para que yo construyera mi propio privado», explicó a InSight Crime.
Así lo hizo. Luego negociaron una cuota. A los reos les gusta decir que la cantidad de la cuota «depende del sapo, así es la pedrada». Puede llegar hasta los 200.000 lempiras (US$9.000). En el caso del abogado fue 55.000 lempiras (aproximadamente US$2.400). El dinero se cataloga en un rubro del presupuesto que se denomina «gastos no gubernamentales». El administrador les dice, sin mucha convicción, que va para los gastos diarios de la cárcel, pero nadie cree en eso.
El abogado también tuvo que pagar a los reos obreros y por los materiales para la construcción del cuarto. En total aquello le costó 200.000 lempiras. Vivía en uno de los penales más pobres del mundo y sin embargo contaba con lujos que ya quisieran los reos europeos o norteamericanos: una televisión y un PlayStation por nombrar algunos. Sin embargo, esta pequeña colonia dentro del penal no solo aporta comodidad, sino también seguridad. El abogado lo descubriría un poco más adelante.
A los pocos días de estar en su lujosa habitación, con su aire nuevo, su televisor y su comida, escuchó el primer disparo. No entendía nada. Luego otro más y luego una balacera que se escuchó como tormenta dentro de esa pequeña ciudad de bandidos y pandilleros.
El motín duró unas cuantas horas. Nada. Lo habitual. Un grupo de reos del sector paisa, de la celda 25 concretamente, queriendo revelarse al poder de el amo y señor de todo el penal. El torrente de balas eran los hombres de José Raúl Díaz, alias «Chepe Lora», acabando con la rebelión. Cinco cadáveres fueron el resultado. Luego la administración formal pidió permiso, a este mismo señor, para retirar los cadáveres y todo siguió su curso. El abogado entonces se dio cuenta de que no entedía nada de ese mundo oscuro y misterioso al que acaba de ingresar. El presidio de San pedro Sula.
El tiempo de los pesetas
El penal de San Pedro Sula no siempre estuvo bajo el dominio de los paisas. Al final de la década pasada era un lugar aún más difícil de entender. Sin líderes fijos o grupos claros, era un riesgo cada paso que se daba. Se corría el peligro de pisar terreno prohibido. Una sola cosa estaba clara: pandilleros y paisas no se podían juntar. Mezclarse era sinónimo de masacre. Esa extraña ley cotidiana del penal los obligaba a vivir en sectores separados.
A la población paisa le quedó el sector más grande, suficiente para albergar a 1.200 hombres condenados o por condenar. En este recinto cada reo veía por sí mismo, así que era responsabilidad de cada quien conseguir su propio machete, pistola o pagar a alguien que lo hiciera por uno, y mal o bien las cosas marchaban.
Sin embargo, había una falla en ese sistema, un error que ningún funcionario previó. Las pandillas hondureñas, a diferencia de las salvadoreñas, no son estructuras tan organizadas, y sus líderes no tienen la fijeza de las estructuras graníticas. Abundan los conflictos internos y muchos, muchos, pandilleros desertan de ellas. A estos desertores, en el argót pandillero, se los llama «pesetas», y no caben en los recintos destinados a los pandilleros.
«Si sos un peseta no te pueden meter a donde tu pandilla, te pican inmediatamente, y no te pueden meter a donde la otra porque te pican también. La cárcel no es tan grande para hacer otro recinto así que les toca vivir donde la población paisa», explicó un ex reo peseta a InSight Crime.
Pero los pesetas llevan en el alma la pandilla y si bien abandonaron la estructura, no se desprenden de la lógica de vida. Se unieron dentro del penal y sin importar la pandilla de procedencia pasaron a formar un grupo. Uno fuerte, probablemente el más organizado dentro del sector paisa.
Empezaron pidiendo dinero a las visitas, luego exigiéndolo y una vez conscientes de su poder aspiraron más alto. Comenzaron a gobernar el sector a fierro y plomo.
El presidio representa peligros, pero también representa oportunidades. Hay todo tipo de comercios —lícitos e ilícitos— desde la venta de drogas y el sicarito hasta la prostitución y un motel para acomodar a las parejas. Estos negocios, que eran extorsionados nada más por la administración del presidio, empezaron a ser depredados también por los pesetas. Lo mismo con los vendedores de droga al menudeo, los contrabandistas de alcohol y los que alquilaban el teléfono para llamadas. Todos.
Un día extorsionaban a un reo, otro día robaban comida y otro daban una paliza. Hasta acá era aceptable. Dolorosamente aceptable, pero aún estaba dentro de los canones de hasta dónde puede llegar los grupos de poder en un presidio centroamericano. Pero los pesetas se pasaron. Cometieron el pecado más grave que se puede cometer en estos recintos. Agredieron lo más sagrado para un reo:
«Los pesetas llegaron a un punto en que hasta violaron a algunas chicas que llegaban de visita. Nadie hacía nada porque ellos eran los más organizados y tenían las armas», dijo el mismo exreo.
En abril de 2008, en el presidio de San Pedro Sula cumplían condena hombres rudos, bandoleros de abolengo y otros reos cuyas historias les precedían. Uno de ellos era Roberto Arturo Contreras, alias el «Chele Volqueta,» un bandolero asaltabancos y varias veces fugitivo de la ley. Se ganó su apodo en su última fuga de este presidio (tuvo varias), cuando hizo estrellar un camión de volteo o «volqueta» contra la pared sur del centro penal, haciendo un enorme agujero y escapando junto con su banda a toda velocidad, mientras disparaba contra la ley. Fue capturado después de varios meses y enviado nuevamente al presidio entre vítores de los reos, como un rock star del hampa sanpedrana.
Este bandido, como todos los demás, tenía enemigos. Estos enemigos no podían tocarlo dentro del penal, pues igual que los pesetas tenía armas y hombres para dispararlas. Así que pagaron a quienes sí podían. El 26 de abril del 2008, al medio día, mientras Chele Volqueta almorzaba pollo guisado en el comedor de «Randy», uno de los tantos negocios que le pertenecen a los reos, llegó Jhonny Antonio Jiménez, alias «El Inmortal», el líder los pesetas, y lo mató a balazos.
Dicen que el emblemático forajido se ahogó en su propia sangre en el suelo del comedor, otros dicen que en la ambulancia hacia el hospital. Otros que fue una muerte limpia sin mucha sangre. Los detalles de las historias se esconden en las leyendas de los reos. Algo es claro. Ese día El Inmortal mató, en el comedor de Randy, al emblemático ladrón y escapista de San Pedro Sula.
Una nube oscura de consternación se apoderó de los reos. Si podían matar a un hombre de tanto prestigio podrían matar a cualquiera. Si estaban dispuestoos a trasgredir la ley que salvaguarda a la visita, podrían trasgredir cualquier otra. Alguien tenía que actuar. Tres de los reos más viejos y reconocidos del penal se reunieron, algo había que hacer o todos estarían irremediablemente en las manos de las huestes pesetas. El que los lideraba era un hombre cuarentón. Francisco Brevé, un bandido de la talla del finado Volqueta.
Juntó a su gente, sus armas, y reaccionaron. Uno de los cazadores, que era un chico de 18 años en ese entonces, cuenta que no fue difícil acabar con «la plaga» como le gusta llamarles. Los cazadores tenían pistolas, machetes y granadas. Y los pesetas, confiados en su poder y en el temor que infundían, estaban desperdigados en todo el recinto.
Aquella matanza fue rápida, duró apenas una hora y dejó ocho muertos. El grupo de pesetas era numeroso y no pudieron asesinarlos a todos. Así que los que quedaron fueron enviados al penal de Támara en Tegucigalpa, la capital Hondureña, donde los amigos y admiradores del famoso escapista asesinado terminaron con ellos.
La sangre de los pesetas regó el presidio general de San Pedro Sula y, como dicta la ley en la selva de los penales centroamericanos, ese riego dio frutos y abonó el nacimiento de un nuevo grupo de «hombres Fuertes», encabezados por Francisco Brevé, conocido desde ese momento en adelante como «Don Brevé».
La cárcel mercado
Un hombre levanta un enorme saco marrón. Su mujer al verle tan esforzado le ayuda y entre los dos van arrastrando poco a poco aquel bulto por la acera. El calor se ha instalado en la ciudad de San Pedro Sula, aunque apenas son las ocho de la mañana. En la fila para entrar al presidio todos nos arrimamos al paredón que todavía proyecta un poco de sombra salvadora. Los que vengan más tarde se verán a merced de estos rayos abrasadores.
La fila avanza despacio. Un grupo de hombres mayores discuten tranquilamente sobre si para llegar a viejo es bueno o no tener mucho sexo.
«Cada vez que usted está con una mujer son varios segundos menos de vida» dice el más viejo, y los demás se quitan la palabra para hacer viriles bromas al respecto.
«Ya yo estuviera muerto hace años», dice uno muy gordo. «Yo le debiera como diez años al señor», dice otro.
Son cuatro y solo dos de ellos van a visitar a alguien. Casi todos van a vender o a comprar la mercadería que fabrican los reos, incluyendo a la pareja del enorme costal. Es como la entrada a un enorme mercado.
Frente a nosotros, pegadas al otro lado de la pared y protegidas con un techo de lámina, está la fila de mujeres. Las dos primeras están embarazadas. Atrás de ellas otras cargan a niños pequeños que se les retuercen en los brazos, quizá abatidos por el calor sahariano que nos cocina. Ellas pasan primero. Tras de ellas se arreglan el pelo y se maquillan las chicas más jóvenes —mulatas de porte espléndido, rubias con apenas las prendas justas para tener algo que levantarse en la requisa—.
Un reo sale caminando por la puerta del penal y grita a todo pulmón: «¡Pollo, shampoo, pollo! No pierda la fila, no pierda la fila. ¡Poooollo!»
Varias personas le dan dinero y al cabo de un rato regresa con bolsas de pollo frito. La gente le da una propina y luego el hombre pide permiso a uno de los soldados para volver a entrar al presidio.
Adentro la requisa es una mera formalidad. Damos nuestros nombres, decimos a que sector vamos y para adentro. Nadie pregunta en esa requisa qué estamos haciendo. El interrogatorio duró no más de dos minutos.
Luego piden los documentos y a cambio dan una ficha metálica con un número grabado acompañada de la recomendación, «No la pierdan».
Entran con nosotros el ilustrador hondureño Germán Andino y el pastor evangélico pentecostal Daniel Pacheco. El pastor es de los activistas más conocidos de la ciudad por su trabajo con pandillas dentro del sector de Rivera Hernández, uno de los más problemáticos de Honduras. El ilustrador tiene la esperanza de hacer algunos retratos.
Una vez dentro, una nutrida comitiva de pandilleros jóvenes se arremolina alrededor del pastor para saludarle. La mayoría son del sector donde él trabaja. Están contentos de verlo y le muestran orgullosos el nuevo espacio que ellos mismos han construido dentro de su porción de cárcel.
Son de la pandilla Barrio 18, conocida como la más violenta de todo Honduras y por disposiciones de la administración, tanto ellos como la MS13, están en recintos especiales apartados de sus enemigos. Nos espera «El Virus», un pandillero delgado y con al menos cinco cadenas de oro pendiendo de su cuello.
Ya habíamos pactado una cita y nos conducen al lugar de la reunión. De pronto entramos a una sala grande, donde al menos 30 pandilleros ven televisión o conversan con sus visitas.
Subimos por unas gradas y llegamos a la zona donde hay al menos cinco habitaciones. En la última del pasillo nos recibe «El Susurro». Está acostado como un rey y mira una enorme pantalla plana empotrada en la pared. En su habitación hay un minibar, un tubo de pole dance, y tiene desparramados por la cama tres smartphone en los que alterna las llamadas. Su pequeña refrigeradora hace un ronroneo casi tranquilizador. Nos ofrece una Coca-Cola y sin ponerse de pie nos dice: «Buenas tardes, ¿En que los puedo atender?»
El juego de tronos
Muchas cosas cambiaron con la llegada al poder de Don Brevé en 2008. Lo primero, probablemente en un afán de curarse en salud contra sublevaciones, fue prohibir la tenencia de armas tanto corto punzantes como de fuego. Eso hizo más difícil el sicariato dentro de la cárcel, una forma común de atacar a un rival, de disciplinar a uno de su propio grupo o de vengar a enemigos estilo El Inmortal hacia Chele Volqueta.
Luego, Don Brevé se encargó de entablar una relación cercana con Hugo Hernández, el administrador del presidio. La administración legítimó su liderazgo otorgándole el cargo de «coordinador general de reos». Desde ese momento, el coordinador es el intermediario principal entre la administración del penal y los reos. Por él se canalizan quejas, pedidos especiales y sugerencias. La administración hace lo mismo hacía los reos. Representa un mínimo control dentro del caos eterno del presidio. Si el coordinador no puede mantener una paz relativa, no le sirve ni a la administración ni a los reos.
El coordinador también representa el negocio. Toda la economía carcelaria pasa por manos del coordinador y el administrador. Ellos dan las licencias de los negocios que funcionan por los pasillos de la cárcel —los restaurantes, talleres y tienditas, la irónicamente llamada «Zona Muerta». También dan permiso para la construcción de los cuartos y para la instalación de televisión por cable. Determinan el uso de espacios para la visita de la pareja o la compra de servicios de las prostitutas.
Por todo el negocio hay un precio, una cuota que pagar. Esa cuota pasa del coordinador al administrador y, se supone, llega a manos del director. Para cubrir el constante movimiento de dinero se utiliza rubros como el famoso «gastos no gubernamentales».
Juntos Don Brevé y Hugo Hernández llegaron a acuerdos y la población carcelaria, al menos los que vivían en el sector paisa, gozaron de algún tiempo de tranquilidad.
Don Brevé enfrentó más de un reto en su tiempo como rey de la cárcel sanpredrana. Los resultados siempre le favorecieron. Por citar un solo ejemplo, Manuel Araújo, un hombre que había visto todo desde las sombras y, quizá alentado por los nuevos cambios, decidió no reconocer las órdenes del nuevo rey del presidio. Específicamente hizo caso omiso a la disposición de no portar armas y de hecho armó hasta los dientes a un grupo de hombres de su antigua banda. Con esto tomó el control de una parte del recinto de paisas.
A Araújo lo emboscaron en las gradas del motel un día que no había visitas íntimas ni prostitutas. Ahí le dispararon desde arriba y desde abajo. En la reyerta murió uno de los hombres de Brevé, su cocinero personal, y cinco pistoleros de Araújo. En total, la balacera dejó nueve muertos y tres heridos.
«A Manuel lo matamos porque se quería subir al poder», un exreo contó a InSight Crime. «Él quería mandar y comenzaba a hacer lo mismo que los malditos pesetas».
Como dicen siempre los historiadores, la historia la escriben los vencedores, y en estos relatos, Manuel Araújo siempre será un tirano violador de la visita y aterrorizador de los reos. Quién sabe a estas alturas si su rebelión estaba justificada o no, ya está muerto y con él su versión.
Empero, salvo la violenta muerte de Manuel Araujo, los reos que vivieron esa época dicen que reinó la paz en el presidio. No había muchos enemigos para Don Brevé. Y si los había preferían rumiar su odio en las sombras de sus celdas, sin que nadie se enterase.
Pero el reinado estaba irremediablemente en su ocaso, y no producto de la lucha de poderes. Don Brevé estaba a punto de cumplir su condena. Saldría libre y había prometido a los reos seguir llevando su buen gobierno desde la calle. Un hombre se ofreció para ser su mano en el interior del presidio. Prometía ser un buen líder. Se llamaba Mario Henríquez.
La fiesta dieciochera
Es domingo y la fila para ingresar al penal es mucho más larga que los otros días. El sol parece haberse percatado de la muchedumbre. Se hace notar y como un dios caprichoso nos flagela con sus rayos.
Después de la pantomima de la requisa y la entrega de la ficha metálica nos encontramos nuevamente dentro del recinto destinado a la pandilla Barrio 18. Hay música y decenas de niños revolotean por todos lados. En la cocina varios pandilleros y sus mujeres preparan el almuerzo para todos.
Uno de los líderes se jacta de que, «Nosotros no le comemos al Estado, nosotros preparamos nuestra propia comida y compramos nuestros propios aires [acondicionados] y nuestras camas».
Es cierto. El recinto de los dieciocheros es una hielera. Han llenado aquello de aires acondicionados y ventiladores. En la segunda planta, una que ellos han construido con sus manos y sus recursos, han instalado varias mesas de poker y una mesa de billar con todo y sus tacos profesionales para los jugadores.
Debajo de la mesa descansa Mandy, sacude las orejas y nos olisquea un rato. Es una pitbull de nueve meses, raza prohibida en todo Honduras, por su supuesta inclinación a la violencia, pero no dentro de este presidio.
La hora de almorzar llega y todos los visitantes tenemos derecho a un plato de pollo frito con papas, ensalada de repollo y mucha salsa. Un pandillero nos lo lleva y nos compra medio litro de Pepsi en la tienda que ellos administran. Esta vez, el líder El Susurro no nos recibe. Está ocupado con sus propias visitas.
La fila de salida es también nutrida y en un área nos encontramos las visitas de todos los sectores. Es un ambiente tenso. Quienes visitaron a la MS13 nos ven con desconfianza. Las mujeres, algunas de ellas pandilleras también, se echan miradas escrutadoras pero nadie dice nada.
Quienes entraron al sector paisa son la mayoría y son quienes vienen cargados con la mercadería que compraron ahí.
De repente un pickup entra a toda velocidad por el portón principal, casi nos aplasta, y del recinto dieciochero sale Javier Evelyn Hernández alias «Flash», uno de los líderes sanpredranos de la pandilla Barrio 18. En su cintura se distingue la cacha de una pistola tipo escuadra.
Tras él salen cinco pandilleros. Todos llevan en la mano granadas artesanales disfrazadas de latas de sodas. Estos artefactos son muy poderosos, pues están hasta el copete de pólvora negra y clavos. El tiempo parece detenerse. Flash y sus escoltas cuidan el pickup hasta que este ingresa dentro del su sector. Caminando hacia atrás se meten también y se autoencierran, cerrando el portón que los separa de los demás sectores. Los soldados, los policías y todos los demás respiramos aliviados.
El rey joven
A cambio de la fama de Don Brevé, el reinado de Mario Henríquez era uno de terror y de abuso. Bajo su mandato, que también llevaba el sonoro nombre de «coordinador general de reos», la extorsión era lo de menos. Robaba hasta la comida del Estado destinada a los reos más pobres, para revenderla a los restaurantes en la Zona Muerta.
«Él fue creciendo y creciendo hasta el punto en que ya no lo aguantamos», explicó. «Decía que él era jefe de este penal y ahí el único jefe era Francisco Brevé, aunque estuviera libre», contó un exsoldado de Don Brevé a InSight Crime.
La gota que rebalsó el vaso fue un día en febrero 2012, cuando la novia de un reo muy joven conocido como «Colocho» llegó a ver a su enamorado. Los hombres de Mario Henríquez la llevaron a su cuarto y Mario la violó. La mujer salió y contó entre llanto a Colocho lo sucedido. El novio se volvió loco. Cogió una granada y se dispuso a matar a Mario Henríquez junto con todo su consorte e irse junto con ellos a la otra vida «¡De una puta vez!» pero un exsoldado de Don Brevé se lo impidió.
«Yo también caminaba con una granada en la mano, como un suicida de Al Qaeda», dijo el exsoldado.
Hubo disparos, pero no era el momento y un hombre de apenas 26 años calmaba a las antiguas huestes de Don Brevé con la promesa de darles sangre pronto. La sangre de Mario Henríquez. Se trataba de José Augusto Días, mejor conocido como «Chepe Lora».
Preciso, un mes después del primer revolcón, vino el golpe «de Estado».
Armados
«Aquello fue una balacera, porque ellos estaban armados, y bien armados. Pero nosotros los agarramos de sorpresa», dijo orgullosamente el exsoldado de Don Brevé y luego transformado en soldado de Chepe Lora.
Chepe Lora lideraba, entre otros muchos, a todos los cocineros. Un cargo prestigioso en los penales. Por eso, buena parte de la saña de la revolución de Chepe Lora se dirigió hacia la cocina. Mataron a varios a balazos y luego le dieron fuego al lugar con los cadáveres dentro. De ellos solo se salvó Roberto. Un reo viejo, con muchos años dentro de este lugar. Sin embargo, la sangre y la barbarie de ese día le dejaron loco. Ahora vaga hablando solo por los callejones del penal como un fantasma de aquella masacre.
Mario y sus pistoleros se escondieron dentro de su bartolina, una de esas celdas privilegiadas, y para ellos la misma tónica: fuego y plomo. Todos murieron. Mario Álvarez también pero su cadáver tenía otro destino.
Un reo que participó en la revuelta nos cuenta:
«Yo llegué a la bartolina de Mario [a] ver qué nos llevábamos y cabal me topé con el muerto. Y con otro lo arrastramos para afuera».
Otro exreo continua el relato:
«Ahí lo agarró ‘Shrek'», refiriéndose a otro recluso conocido por el nombre del famoso personaje de DreamWorks. «Con un corvo le quitó la cabeza y le metió una gallina en el hoyo. Se estaba desquitando porque ese Mario le había mandado a dar verga [golpear] una vez. De ahí ‘David el Nuevo’ le quito la paloma [pene]».
Dicen que dieron el pene y las vísceras de Mario al perro que él mismo tenía de mascota y guardián. Luego decapitaron al perro. La cabeza de Henríquez fue lanzada al techo de la guardia con un tiro en cada ojo y así, consumido enteramente por el penal, terminó su gobierno.
Luego, cuando se calmaron las aguas, los presos más viejos discutían quien sería el nuevo líder, hasta que irrumpió Chepe Lora con su banda de chiquillos y les informó que había un nuevo señor en el penal de San Pedro Sula: él mismo.
Todos los reos con los cuales hablamos recuerdan aquel periodo como un tiempo de paz y prosperidad. Exreos nos hablan de fiestas con prostitutas, música en vivo y comida gourmet. Los administradores oficiales de aquel lugar lo vivieron como un remanso.
Chepe Lora
Chepe Lora se rodeó de gente joven. Fue una forma de romper con las viejas estructuras del pasado.
Chepe Lora también era reconocido como un Robin Hood en los barrios de San Pedro Sula. Se hicieron famosas las historias de gente llegando al penal a pedirle dinero para medicinas y comida. Se cuenta que incuso traspasó los muros de su reino, el sector paisa, para dialogar y poner en cintura a los intratables: la MS13 y el Barrio 18, y que logró someterlos a su buen gobierno. So pena de correr la misma suerte que Mario Enriquez. Intimidó y sometió con palabras a las dos pandillas más grandes del mundo, y esto no es algo que se pueda decir de muchas personas, incluyendo presidentes, en Centroamérica.
El periodista José Luis Sanz del periódico digital El Faro.net visitó el penal durante el gobierno de Chepe Lora en 2012. Lo describió como un hombre razonable con muchas cicatrices. A Chepe Lora le faltaba un dedo y tenía muchas costuras más sanadas, pero de buenas maneras. Tituló su material, «El rey justo de la cárcel del infierno».
La visita (III)
Es un día entre semana y la fila se ve mucho más corta. La guardia hace una pequeña inclinación de la cabeza y se pasan de una mano a la otra un billete de 50 lempiras. Así se entra sin una palabra más ni registro.
Pasamos por la puerta principal de la guardia hacía la Zona Muerta, el corredor donde hay talleres, tienditas y restaurantes. Es difícil distinguir entre visitantes y reos. No hay guardias adentro.
A los pocos metros entramos por una puerta gruesa de metal que separa «los privados» del resto de la población. Allí nos sentamos en el cuarto de uno de ellos, un expolicía que entró al penal en las mismas fechas que el abogado. Su cuarto tiene nevera, televisión por cable, un baño privado y una cama doble. En el piso al lado de la cama está un bulto de Nitro Tech, una mezcla de polvo de proteína, una jarra de aceite de pescado y una caja de Corn Flakes.
En este lugar hay entre 10 y 15 reos. Son expolíticos, militares y narcotraficantes. Incluso hay un miembro de una familia adinerada condenado por homicidio. Al expolicía lo agarraron cargando cientos de miles de dólares en efectivo, pero él dice que fueron préstamos para abrir un autolote e insiste en su inocencia.
Su proceso sigue. Más de la mitad de los 17.000 presos en el país están en lo mismo, o sea, esperando que su juicio se termine con un veredicto, y así por lo menos pueden planificar sus vidas.
Mientras tanto se integra en el sistema. Los antiguos habitantes de «los privados» nos cuentan que no hace falta el abolengo. Lo más importante es la plata. Pagarle al administrador del presidio, en este caso a Hugo Hernández, la cantidad que él solicite. «¿Y cómo hace Hugo Hernández para saber cuánto cobrar?» preguntamos a uno de los antiguos habitantes.
«Él calcula», responde. «Si usted tiene mucha plata le pueden cobrar hasta US$20.000. Si es alguien más pelado, así como yo, le cobran US$5.000. Pero, eso si hay alguno vacío. Si no, le venden nada más el pedazo y a usted le toca construir y amueblar. Le dan a usted un día, uno solo, para que usted meta ahí cuanta mierda quiera. Su televisor, su aire acondicionado, su cocina, su cama y todo lo que quiera. Después de ese día, si quiere meter algo extra ya es otro dinero».
No todo el dinero es para Hugo Hernández. También el «coordinador general de reos» de turno se lleva una tajada por dejar tranquila a la élite burguesa del presidio. Él es quien escoge a ciertos reclusos «los más honrados y honestos» y los manda a trabajar ahí. Cada uno en esta élite tiene bajo su cargo a uno o varios reos, en una forma casi de apadrinamiento.
Cervezas
«A mí me mandaban a comprar comida a los comedores, a comprar licor, o cerveza si el señor quería tomar», dice un reo que era ayudante de uno de estos.
«Además le hacía la limpieza del cuarto y miraba que nadie le robara nada. Mi patrón era buena gente, me daba de su comida y a veces nos poníamos a jugar FIFA en el play [Playstation]. Pero siempre me ganaba».
Cada reo privado también paga al coordinador una mensualidad de 500 lempiras para la «administración». Dicen que va a ese mismo rubro misterioso de «gastos no gubernamentales». Tan integradas están estas prácticas en el sistema que le dan a cada persona un recibo de pago. (Ver foto abajo)
Inquietos por las irregularidades, pasamos otro día por la cárcel, esa vez para hablar con la administración y sacar su versión. Después de una hora de esperar en la oficina del penal viendo como entraban y salían visitantes y grandes fardos de mercadería sin revisar, llamaron de la oficina del director, el teniente coronel Pedro Donoban nos esperaba. Fue una reunión breve. Él movió sus enormes brazos enérgicamente, dio un par de manotazos en el escritorio y nos invitó a salir del presidio acompañados por un par de soldados.
Don Hugo
Logramos ver a Hugo Hernández, el administrador, ese mismo día en el Gran Hotel Sula. El más grande y prestigioso hotel sampedrano. Está nervioso, suda y engulle de forma compulsiva un enorme postre y un refresco. Empezamos la indagación suavemente.
– Don Hugo, entendemos que hay cierta división entre reos comunes y reos que pagan por tener espacios privados dentro del presidio. Varias de estas personas afirman haber pagado sumas de hasta US$10.000 a su persona para poder tener esto.
«Es mentira», nos contesta. «Lo que pagan ellos es una mensualidad de 500 lempiras [US$20] como apoyo al penal. Yo les doy recibo y todo. Pero nada más, yo no cobro nada».
– Don Hugo, ¿Cómo se justifica por parte de la administración la existencia de un lugar especial en donde los reos pueden construir sus propios cuartos? Los testimonios de varias personas apuntan hacia cobros no formales por parte de su persona para poder tener acceso a esto.
«Aaaah, eso no es así. Eso es mentira… que tenga conocimiento yo no».
– ¿Cómo no?
«Pero que yo tenga conocimiento no».
– ¿Es posible que los reos construyan sus propios cuartos sin que usted, que es el administrador, se dé cuenta?
«No es que mire… yo… no… no sé».
– ¿Cómo determinan entonces quién es merecedor de un privado y quién no lo es?
«Ahí… no… o sea, es que haya pues. Si hay se lo damos».
– ¿Basta con pedirlo?
«Sí… y ahí se lo dan. Lo que pasa es que a veces hay personas que tienen un cuarto y lo alquilan. Pues por la necesidad… Dicen, pues porque yo no conozco bien las normas allá adentro. Es peligroso andar de metido. Del portón para adentro son otras normas».
El reinado del desorden
Chepe Lora era el coordinador cuando el abogado y su compañero de celda entraron al presidio en 2012. Y se enteraron que el motín que pasó a los días de diciembre, de haberse llegado, era un ataque a la Celda 25, a unos que no seguían las reglas y que estaban intentando reintroducir el sicariato de los viejos tiempos de los pesetas. Como la mayoría del penal, daban las gracias de haber tenido a Chepe Lora como coordinador durante varios años.
El abogado pasó solo un año en el presidio. Luego un juez lo absolvió de los cargos de narcotráfico y lavado. Ahora es abogado defensor de muchos de los mismos reclusos de San Pedro Sula, pero no quiere recordar nada de su propia estadía.
«Yo borré todo eso de mi vida», nos dijo. «Todo recuerdo no lo quiero conservar».
Por su parte, el expolicía sigue adentro donde los privados, esperando que su juicio se resuelva por las buenas o por las malas. Tiene fama de ser sensato, un hombre que lleva la calma en medio del caos. Adentro le dicen «comandante».
Como pasó con Don Brevé, Chepe Lora salió de la cárcel y con él se fue la seguridad y el orden. El penal, luego de otras luchas de poder, es llevado por un hombre conocido como «Chicha», nombre que se le da a un agua ardiente artesanal muy fuerte, y su banda. Sin embargo, todo se vino abajo. Hubo más masacres, motines, robos y riñas entre reos. El nuevo rey no tiene el carisma de su antecesor.
La presente administración del presidente Juan Orlando Hernández reconoció la inutilidad de mantener vivo el presidio y en septiembre de 2016 dijo que iba a reemplazar las cárceles de San Pedro Sula y Santa Bárbara por dos cárceles nuevas de máxima seguridad. Ya pasaron a los primeros reos a los nuevos presidios. Entre ellos viajan, esposados y por primera vez en su vida carcelaria uniformados, Flash y El Susurro. Los señores del sector dieciochero.
Los reyes
La cuestión es si se resuelve un vacío de poder en cualquier presidio con ladrillo y cemento. El sistema carcelario no es del Estado hondureño. Es de aquellos que prosperan de la falta del mismo y de los que entienden que el desorden en la cárcel es su mejor amigo.El caos le legitima. Casi le legaliza. Sin eso cualquier coordinador ya no es rey.
Chepe Lora lo aprendió cuando ya era demasiado tarde. Fue acribillado a balazos en uno de los suburbios los primeros días de julio de 2014 a las pocas semanas de haber conseguido su libertad. Algunos dicen que las balas que mataron a Chepe Lora las mandó su sucesor inmediato, otros que fue la MS13 por negarse en su momento a matar a un reo que a su vez vendía droga a la pandilla Barrio 18.
Algo seguro es que tuvo que ver con esa ley de la selva que impera, silenciosa y potente, desde esos callejones y celdas en el que viven los reos del presidio general de San Pedro Sula. El reino el caos.
FUENTE: InSight Crime