En las últimas décadas, Honduras ha sido expulsora de su gente. Muchas más personas salieron desde suelo catracho como emigrantes que las que vinieron a residir. La mayoría van hacia los Estados Unidos o España, pero la diáspora es importante. No es el único país de Centroamérica ístmica ni de América. Hay casos como el de Uruguay donde la población emigrada supera la mitad de la actual residente. Si buscamos un patrón común a estos movimientos poblacionales existen también causas políticas, pero en su mayoría la base del éxodo es buscar un presente aceptable y un futuro mejor. Tampoco es propio de nuestra parte del mundo ni de las circunstancias de esta época. Basta con ver los arriesgados tránsitos de tanta gente a través del tiempo para quedar impactados con la cuestión migratoria transversal al mundo y a la historia. Pero me interesa escudriñar otra perspectiva de este fenómeno de la emigración, explorar tendencias, calibrar ejes sociales, buscar huellas y finalmente preguntarme por la identidad. ¿Queda una huella en la sangre de quien salió de su tierra? ¿Dura más de un par de generaciones? ¿Es un mestizaje o una conversión mutante? El caso de Italia, es, no obstante, especial.
En la segunda mitad del ochocientos, y hasta la crisis mundial de 1929 fue un neto país de emigrantes. Se estima que unos treinta millones de personas salieron desde Italia hasta ese año y se distribuyeron por el mundo, unos tres de esos treinta millones fueron a la Argentina. Fue particularmente importante el impacto en el gran país del sur porque era poca la población existente.
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Sin embargo, también emigraron muchos irlandeses, la mayoría a Norteamérica por el idioma, españoles, rusos y los que huyeron de la fragmentación del imperio otomano, sin olvidar el importante flujo de armenios que huyeron más que emigraron. ¿Cuál es el interés de esto? ¿Por qué nos detenemos en lo italiano? Porque Italia ha producido una normativa particular e integradora como pocas naciones del mundo. En primer lugar, no fija límites generacionales para la obtención de ciudadanía siguiendo el “ius sanguinis”. O sea, quien lleva sangre italiana tiene derecho a la ciudadanía italiana. Obviamente se trata de una metáfora sobre la biología de la sangre y fija procedimientos probatorios cuidadosos, detallados y estrictos. Pero no fija límites como han hecho otros países de Europa, normalmente en dos generaciones. Tampoco establece porcentajes de licuación de partículas de nacionalidad, puede ser un bisabuelo o alguien más lejano también en la genealogía familiar. El “dador” de nacionalidad genera una cadena de eslabones humanos, que, salvo objeciones de naturalización, lleva finalmente a un beneficiario. El que culmina el trámite finalmente recibe su diploma de ciudadanía y en consecuencia su pasaporte. Pero la república de Italia ha redoblado la apuesta o bien ha respetado fielmente su espíritu constitucional de “representatividad”. La ley 459 de 2001 permite además elegir parlamentarios en las circunscripciones externas a Italia, creadas a esos efectos. Son elegidos, legisladores allí residentes que participan de las dos Cámaras. Esto complementa la acción de unos organismos preexistentes algunas décadas anteriores que son los “representantes de los italianos en el exterior”, que son organizaciones locales por cada circunscripción consular. El “sistema Italia” es mucho más amplio, rico y fértil que esto. En favor de la lectura nos detenemos aquí que ya nos sirve de contexto. ¿Cuál es el asunto a estudiar, entonces? El asunto es que existen prácticamente un millón de ciudadanos italianos en Argentina, más de 250.000 solo en el distrito consular de Buenos Aires. La cuestión es que sólo un 4 % vota en la constitución de los organismos locales y un porcentaje mayor pero no mayoritario lo hace en las elecciones parlamentarias.
En la economía democrática, esto esteriliza la intención del legislador. Todas esas normas fueron pensadas para generar una articulación y una dinámica entre aquel que tiene una “italsimpatía” o siente “italicidad”, como para tener o hacer el trámite de la ciudadanía y aquellos italianos residentes en la propia Italia. Esto sucede porque aún no se ha logrado generar el patrón común entre todas las personas que tienen la ciudadanía italiana y su identificación con la representatividad que ese documento permite. Hay una expectativa latente. De eso estoy seguro. ¿Cuál es el camino? Como lo dice sabiamente la Constitución italiana: hay que trabajar y construir con trabajo.
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Es un desafío para todos los italianos, residentes en Italia y especialmente para aquellos que están inscriptos en el exterior, esforzarnos para encontrar ese patrón común que la sangre, como alegoría, referencia. Es obvio que los que dejaron Italia como un país pobre, hoy la ven como miembro de la Unión Europea y segunda o tercera potencia económica en la región. Por lo tanto, hay una motivación inversa a la de nuestros ancestros. Pero no es solamente eso. Se observa que muchos comienzan el trámite para obtener la ciudadanía italiana no sólo por una cualidad instrumental del pasaporte sino por una huella emocional, una rémora de sus ancestros. Algo que enriquece su pertenencia, en este caso, a la Argentina. Aunque lo mismo valdría para Brasil, Colombia, Perú u Honduras.
Existe el vínculo o rastros, pero no sólo no alcanza para legitimar la representatividad. La república de Italia ha dado un paso legislativo fenomenal, cumpliéndose pronto veinte años de la puesta en vigencia de la norma electoral (por la fecha de publicación). Muchas entidades en la misma Italia y en el exterior, especialmente en Argentina, están trabajando para encontrar los ejes, los andariveles, los carriles donde aunar la italianidad y lograr una participación mayoritaria que señale al legislador el éxito de su magistral diseño y comienza la sinergia virtuosa. Porque lo que ha hecho Italia con esta legislación es, una vez más, mostrar la creatividad, el desafío al ingenio, la innovación que la ha caracterizado a través de los siglos. Están en nosotros, italianos en el exterior, donde fuera nuestra residencia, encontrar la matriz que haga levar la niebla que opaca este sueño de mestizaje e identidad originaria. Porque allí encontraremos, creo, la identidad.
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